19 de noviembre. Hanoi
Y qué suerte que en esta época el “difunto” está en la Unión
Soviética para que revisen su “estado de conservación” por lo
que…”lamentablemente” no pudimos hacer las colas que se forman dirigiéndonos a la pagoda del único pilar para después, de regreso a la gran explanada
donde se encuentra el mausoleo, ver el cambio de guardia llevado a cabo por
militares impecablemente vestidos de blanco de la cabeza a los pies.
Este pequeño y curioso templo Budista es único en el mundo, ya que su
estructura, inspirada en la flor de loto, no ha sido replicada en ninguna otra
ciudad del mundo. Consta de una columna de piedra de poco más de 1 metro de
diámetro, sobre la que descansan unos pilares de madera que sustentan todo el
conjunto. Ascendiendo unas escaleras llegamos
a ella, no sin antes haberme tenido que cubrir mis brazos. Esta pequeña Pagoda aloja en su interior un
altar en honor a Buda donde las parejas que deseen ser bendecidas con muchos
hijos deben realizar una ofrenda.
Inicialmente el uso de la universidad o academia imperial estaba restringido a príncipes, nobles y realeza del país. Más tarde se permitió el acceso a los estudiantes más notorios del país.
La universidad funcionó durante 700 años y se dice que la dificultad era tal,
que tan solo un puñado de estudiantes era capaces de superar los exámenes y
obtener la máxima nota (cum laude).
Otra de las reliquias del templo es una campana del siglo XVIII y frente a ella un gran tambor.
Después nos llevaron a dar un paseo en las “bicicletas para turistas”.
Personalmente no me gustan. Prefiero pedalear yo a que lo haga otra persona en
mi lugar aunque aquí, ni aunque me la dejaran gratis me atrevería a internarme
por este caos circulatorio. Pero era lo que tocaba. Una fila de
bicicletas, una tras otra hasta
un total de ocho discurrieron por el
centro de Hanoy hasta llegar al
restaurante. La experiencia fue agradable y curiosa pero no me sentí muy
cómoda.
Comimos y regresamos al hotel. Pese a que estábamos cansados pensamos
que si nos quedábamos un poco a descansar luego sería más difícil movernos
además de que estaba inquieta por conseguir las entradas para ver el teatro de
las marionetas del agua, aunque Ly nos había dicho que no había problema
alguno. Así que decidimos acercarnos al teatro, junto al lago a unos cinco o diez minutos
andando.
Mucha gente ya que había funciones continuas pero nos sorprendimos
cuando únicamente pudimos elegir filas a partir de la mitad. Pretendía escoger,
siguiendo el consejo leido, a partir de la segunda o tercera, pero estaba ya
todo cogido y lo mismo ocurría con otras funciones además de que la señora que vendía las entradas no era muy
amable que digamos. Supusimos, como comprobaríamos después, que las agencias
compraban muchas y solían ser más madrugadoras que nosotros. Algunas las
incluyen en el paquete del viaje. No así la muestra. Ya intenté ponerme en
contacto con el hotel para preguntar si ellos lo podían hacer por mí, pero no
respondieron. y por agencias costaba mucho
más caro, casi diría que “inexplicablemente” más caro. Y si bien es
cierto que hay también lo fue que no pudimos elegir. Mi consejo: si se
quiere una buena posición, cogerlas con la antelación posible.
Aunque me ofrecí para comprar entradas a más personas del grupo, ninguna
quiso sumarse, así que únicamente compré
dos.
Y de nuevo el caos circulatorio de miles de motos. Nos quedamos un rato
en un cruce contemplando fascinados el ir y venir de las motos. Parecía
milagroso que no se golpearan o que no hubiera algún accidente porque la forma
de pasar era por donde se podía. No había preferencias, ni ceda el paso, ni
izquierdas o derechas. Solo una norma: se pasa por donde se puede, da lo mismo
como y por donde. Aquí diríamos a la de “me cagüendiez”.
Y se acercó la hora del teatro, por lo que regresamos para tomar
posesión de nuestros asientos. Ya había mucha gente sentada y las primeras
filas permanecían libres, como la butaca que estaba frente a mi.
Pero, las primeras filas se completaron y por desgracia para mi,
también el asiento anterior lo que me dificultó la visión ya que cada vez que
movía la cabeza, me tapaba parte del escenario.
Pero me apañé bien. A ambos lados del escenario, en una parte alta se
situan los músicos y narradores. El escenario, abajo, está cubierto de agua. Y
el espectáculo es mágico.
Al parecer el origen de este tipo de
espectáculos esta en los campos de arroz ya que se pretendía entretener a los hijos de los campesinos
mientras estos trabajaban.
Pese a haber varias funciones desde las 15 horas, todas parecen
completas. A mi juicio es un espectáculo que ningún turista debe perderse.
Es….mágico.
Al salir nos fuimos a cenar a uno de los sitios localizados, pero la
verdad es que no tuvimos mucha suerte. No tenían agua, se había “agotado” por
lo que tuvimos que consumir otra bebida y los platos tampoco eran muy allá,
pero bueno, es lo que tiene esto, unas veces se acierta y otras, no.
Regresamos al hotel sorteando de
nuevo motos para cruzar las calles y arterias de la ciudad, pero ahora el
tráfico era menos denso y ya nos habíamos habituado a hacerlo: una vez que
empiezas a cruzar….no parar hasta acabar. También observamos que en los parques
había coches grandes de juguete que podían ser usados por los niños, suponemos
que abonando el correspondiente importe.
Unos diez o quince minutos después estábamos de regreso en nuestra
habitación para descansar y poder afrontar el día siguiente que nos llevaría a
la bahía de Halong.
20 de noviembre. Bahia de Halong
Un poco antes de la hora acordada por Ly estábamos ya todos en pie y
coincidimos en la cafetería tomando nuestro desayuno. Recogimos todo y de
nuevo, con todas la maletas en la recepción. Allí nos recogieron para
trasladarnos en un viaje de varias horas hasta la bahía de Halong.
En nuestro camino atravesamos pueblos o pequeñas ciudades y en una ellas vimos un accidente…mortal. Apenas se notaba nada, tan solo, cuando pasamos a su lado, un policía custodiaba el cuerpo sin vida ya de una persona joven que permanecía boca abajo. No estaba tapada. Ly comentó que no pasaba nada, que eran muchos vietnamitas. A mi se me encogió el corazón. La muerte siempre estremece pero cuando se encuentra de una manera sorpresiva, en la carretera, a una persona tan joven, y seguramente en su trabajo, es mucho más dramático.
Paramos en una tienda de artesanía donde minusválidos trabajaban y ofrecían sus productos a los turistas. Conseguí un buen precio por unos cuadros bordados de seda. Nosotros compramos dos y la joven pareja uno.
Nos llevaron a un muelle, a un elegante edificio donde por grupos esperábamos que nos fueran llamando para llevarnos a nuestros barcos. Nuestro grupo se dividió en dos: uno formado por las tres parejas más maduras entre las que nos encontrábamos nosotros, y por otro lado la pareja joven.
Por un lado se llevaron nuestras maletas y nosotros arrastramos las pequeñas. Nos condujeron a una parte del muelle donde nos esperaba nuestro barco. Un grupo de músicos nos daba la bienvenida en tierra mientras que la tripulación lo hacía desde el barco. ¡Cuánta parafernalia!.
Nos asignaron un camarote, nos dieron la llave y para allá fuimos. Era el primero de la proa y cuando entramos, ¡vaya sorpresa! Era enorme, como la habitación de un hotel, con muchas ventanas y luz, y un pequeño balcón abierto al mar.
El baño igual que el de una habitación normal. A lo mejor mi ignorancia contribuyó a mi sorpresa. Las habitaciones de las otras dos parejas eran mas pequeñas. La nuestra, al estar en la proa, resultó un poco más grande. Allí encontramos también nuestras maletas, así que nos instalamos y nos dispusimos a subir al restaurante donde nos citaron a todos para darnos la bienvenida, unas pequeñas instrucciones de seguridad y un plan general de actividades durante la travesía que duraría hasta la mañana del día siguiente. Pero tengo que añadir que en perfecto inglés.
Decir que el restaurante estaba en la parte superior, rodeada también de enormes ventanales a través de los que podíamos ir disfrutando de este espectacular sitio que es…como un sueño.

La leyenda dice que unos dragones lanzaron piedras y jade sobre los barcos invasores que intentaban entrar en Vietnan a través de la Bahia. Ganaron la batalla y al contemplar la belleza del lugar, los dragones decidieron quedarse a vivir en la bahía, y de ahí su nombre: “la bahía de los descendiente del dragón”.
Pronto llegó la hora de la comida que fue de bufet libre donde me causaron una excelente impresión las ostras cocinadas. Y todo muy elegante, muy fino…incluso si en un pasillo coincidías con un camarero, éste se quedaba pegado a la pared cediéndote el paso. Para mi…demasiado. Esto no me hacía sentirme cómoda.
Durante la tarde hicimos dos paradas: una a una cueva a donde nos llevaron en un parquito que el propio barco arrastraba. Una cueva vulgar. Y la otra a un pueblo flotante. Y éste sí que despertó mi siempre hambrienta curiosidad.
La Bahía de Halong está habitada por pescadores. Para construir estas singulares viviendas, unieron distintas partes de madera, botes, bidones, etc hasta conseguir este pueblo flotante de un centenar de habitantes que posee una escuela a la que se desplaza un maestro dos veces por semana, tiendas y casas en las que vimos perros. Al parecer cada casa tiene al menos dos para guardarlas de posibles ladrones mientras sus propietarios se encuentran ausentes pescando, único actividad de subsistencia de sus gentes.

De regreso participamos en una actividad de cocina que consistía en intentar hacer rollitos de primavera con pan de arroz. Así salían voluntarios de tres en tres ya hacían una especie de concurso de rapidez y calidad. Como éramos pocos, participó Angel y no se le dio mal. Pero…sigo echando de menos tener un inglés un poco más fluido para poder hacer algún que otro comentario y ser más participativa o tener una conversación distinta de la de la mera “subsistencia”. Las otras dos parejas que nos acompañaban jugaban en cubierta a las carta.
Y pronto nos dio la hora de cenar. Esta vez la cena era servida. Y…todo muy mono, muy bien presentado, pero…más bien escaso y de calidad más bien vulgar.
Después de la cena la actividad propuesta era la pesca del calamar, así que para allá fuimos. Y nos dieron un palo, con una cuerda y al final un anzuelo. Me recordaba a “carpanta”. El entretenimiento consistía en meter en anzuelo en el agua e irlo subiendo a ver si en el camino enganchábamos alguno. Imposible. Un pasajero pesco…una percha, pero nada más. Observamos como desde otros barcos también se entretenían en esto. Luego nos diría Ly que en la bahía se han comido ya todo.
En fin, nos reímos un rato y nos fuimos a dormir no sin antes echar un vistazo a la belleza de esta bahía en la que ahora, en oscuridad de la noche, se dibujaban las negruzcas siluetas de los peñascos entre los que el barco estaba anclado y las lucecillas de otros que como el nuestro, dormitaban o pescaban.
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