14 de noviembre. SAIGON-TÚNELES DE CU CHI
En el patio encontramos un estanque con tortugas que en la cultura asiática representan la
longevidad y también son consideradas en Vietnam como el símbolo de la fortuna
y la buena suerte, y un incinerador, una estructura con forma de chimenea /
caldera donde los fieles queman ofrendas de papel, ya que según las creencias
religiosas, ese humo alcanzará a los antepasados y difuntos que se encuentran
en el cielo.
En su interior, dos “guardianes” flanquean la puerta de acceso a la
sala principal llena de una curiosa humareda producida por la quema del
incienso. En otra sala encontramos el denominado “salón de las mujeres”, con
dos filas de estátuas de seis mujeres,
representando los meses del año. A estas estátuas de coloridas vestimentas
normalmente acuden las mujeres Vietnamitas para pedir fertilidad y concebir
hijos.
Todavía no muy centrados en el lugar donde estábamos, decidimos
regresar al hotel caminando ya que no
estaba muy lejos y el recorrido era casi recto. Esto además, nos permitiría
tomar el pulso a la ciudad, situarnos poco a poco en ella y nos daba tiempo
para tomar el autocar que nos llevaría por la tarde a los túneles de Cu Chi. En
nuestro camino encontramos un banco donde el cambio no estaba nada mal,
comparado con lo que nos costó en el aeropuerto de Barajas, donde casi nos atracaron. Así esperamos
nuestro turno y cambiamos euros en dongs, moneda vietnamita y…nos convertimos
en millonarios!!!. No necesitaríamos cambiar más moneda durante toda nuestra
estancia en el país.
La excursión a los túneles de Cu Chi era optativa y prácticamente hasta
última hora no me di cuenta de que debía contratarla. Pero la agencia nos pide
cerca de 100 euros por una excursión para nosotros. Sabiendo que los taxis
pueden costar 25 euros nos parece caro así que decido buscar por internet
alguna excursión. Y la encuentro ya que la oferta es variada, pero solo en
inglés aunque esta agencia local me permite seleccionar un grupo pequeño de no
más de 15 personas, en el que me sentiré más segura recogiéndonos, además en
nuestro hotel lo que es de valorar ya que casi recién llegados todavía no nos
movíamos bien por la ciudad.
De regreso de la pagoda, tomamos “posesión”de nuestra habitación, muy
agradable, espaciosa y luminosa. Nos instalamos para bajar a recepción donde en
principio a las 16,00 horas nos vendrían a recoger. Pero llegada la hora, y
pasados 15 minutos no aparecía nadie y empecé a dudar de que nos fueran a
recoger así que pedi en recepción que se pusieran en contacto con la empresa para
preguntar. Amables lo que se dice amables….no eran mucho pero lo hicieron y nos
dijeron que estaban de camino.
Casi a las 16,30 nos recogieron en un pequeño microbús en el que ya
había 5 personas más: dos matrimonios australianos y un joven suizo. Y…no
entendía nada a nuestro guía, pero ya me había estudiado la información además
de llevarla impresa y lo importante era ver.

En nuestro camino paramos en una fábrica de artesanía de personas con
hándicaps, pero los precios nos parecieron caros y creo que a casi todos,
porque no compramos ninguno. En un momento determinado al ver un perro le dije
que tuviera cuidado no se lo fueran a cenar y a mi lado nuestro joven compañero
comenzó a reir y dijo en castellano que el perro no me entendía, pero que él
sí. Hablaba, como casi todos los suizos (que envidia) 3 idiomas y había
trabajado para algo de naciones unidas en creo recordar que Camboya y regresaba
ahora a ver amigos y hacer algo de turismo.
Regresamos al autobús y continuamos nuestro camino hasta llegar. Una
vez allí nos pusieron un video del que por supuesto apenas entendí nada y
comenzamos nuestro recorrido por una selva ahora cuajada de vegetación pero que
hace 40 años no lo estaba por el agente naranja que utilizó el ejército
americano para defoliar la selva y poder descubrir al vietcong, cosa que no
consiguió. Lo primero que nos mostró nuestro guia fueron los cráteres formados
por los impactos de las bombas
Aquí, viendo el exterior de esta compleja red de túneles de casi 200 km
con tres niveles donde vivian y combatían, fuimos capaces de comprender como
con una proporción de 2 americanos grandes por 1 vietnamita, pudo Norteamérica
perder la guerra. Al parecer los túneles existían ya durante la ocupación
francesa y unían búnkeres y la red fue extendiéndose hasta alcanzar estas dimensiones durante la
guerra.
Comenzamos por una de las entradas a los túneles. Puestos prácticamente
encima de ella, nadie, ninguno de siete fuimos capaces de identificarla.
Nuestro guia abrió la trampilla, de un tamaño casi imposible, por el que se
introdujo nuestro joven compañero suizo. Solo es posible caber si se entra con
los brazos estirados hacia arriba. Su camuflaje es perfecto.
Chimeneas de las cocinas camufladas como termiteros, cubiertas por
dentro por uniformes norteamericanos para ocultar su olor a los perros
australianos que llevaron para localizar sus escondites. El tamaño de los
túneles era de 80 de ancho por 1,20 de alto, lo que permitía a los vietnamitas moverse
con relativa facilidad por su interior, pero no así a los corpulentos
norteamericanos que cuando encontraban una entrada solo podían desplazarse casi
arrastrándose con un cuchillo y una linterna. Las luchas dentro eran cuerpo a
cuerpo y el índice de supervivencia de estos combatientes americanos
voluntarios era prácticamente nulo.
Estos túneles eran excavados por los campesinos por la noche, los
mismos que durante el día trabajaban en los campos de arroz y la tierra que
sacaban se echaba en los campos de arroz para que no fueran vistas por las
fotografías satélite.
Así, cuando vigías situados en sitios concretos completamente
camuflados avistaban tropas
americanas, un soldado del vietcong aparecería
y desaparecería casi de la nada, y la entrada era indetectable.
Durante nuestro recorrido fuimos viendo recreaciones de cómo era la vida
dentro de los túneles. Aprovechaban todo lo que podían quitar al enemigo
desde armas hasta tanques que
desguazaban.
Utilizaron las trampas para cazar animales, contra los americanos.
Así el fondo de las zanjas de estas trampas estaban llenos de estacas
impregnadas en heces por lo que no mataban directamente, si no a través de una
dolorosa infección que se producía.
Y también durante nuestro “paseo” fuimos oyendo ruidos de disparos. Y
es que se puede disparar munición real usando un AK-47, el arma del Viet Cong,
o una ametralladora M-16, el arma Americana. El precio es de 5$ por un cargador
de 5 balas.
Este entorno selvático, oscuro, húmedo sumado a los disparos
contribuían a crear una extraña atmósfera.
Nuestra visita termino adentrándonos en uno de los túneles. Pese a que
fueron
ensanchados para los turistas, es angosto y casi claustrofófico. Se
avanza penosamente agachado y yo me voy dando golpes a los costados como una
botella borracha. Hay 3 túneles: de 5 metros, 15 metros y 25 metros. Comenzamos
por el de 5 metros, y siempre con un guia por detrás pendiente de que nadie
sufra un ataque de claustrofobia, y con salida a pocos metros. Se puede continuar pero
para nosotros fue más que suficiente.
Terminamos tomando en unos bancos y mesas de madera un te con yuca un
tubérculo con sabor parecido a la patata cocida. Pudimos comprobar también que
nuestros compañeros de viaje australianos tenían un sentido del humor
estupendo. Uno de ellos era un excombatiente en esta guerra y contó una
anécdota sobre la comida que nos tradujo el joven suizo.
Partimos de regreso a Saigón y la vuelta se nos hizo un poco más corta, porque fuimos dando cabezadas. Y es que el sueño ya nos venció. Demasiadas horas. El tráfico era peor que a nuestra ida y todos íbamos observando nuestro exterior, el caos de las calles, las motos, la gente, el tráfico aparentemente anárquico…Nos desplazábamos dentro de una burbuja donde nos sentíamos a salvo de esa especie de locura y desorden exterior.
Una vez en Saigón movernos era trabajoso. Tremendo atasco. El joven suizo llegado a un punto prefirió bajarse y terminar andado, que seguro que tardaría menos. Nosotros, sin orientarnos, tuvimos que esperar a que nos dejaran en nuestro hotel, el Northern, muy bien situado en la ciudad.
Y de aquí a buscar un sitio donde cenar. Yo había mirado algunos
posibles en triadvisor y nos dirigimos a una zona cercana que parecía tener
varios. Pero, en el que tenía seleccionado, no había sitio y teníamos que esperar.
A pesar de que era pronto, estábamos rotos así que nos quedamos en uno cercano
donde cenamos de forma sencilla y muy buena, pero llegó un momento al final, en
que yo tuve que esforzame para que la cabeza no se me cayera encima del plato,
asi que pagamos y nos fuimos a la cama para intentar recuperarnos. Al día
siguiente nos recogerían sobre las 10 para iniciar nuestra visita a la ciudad.
15 de noviembre. SAIGON (HO CHIN MING)
Desayuno estupendo, variado. Desde la cafetería vemos la calle, el ir y venir de la gente, sus quehaceres diarios, los improvisados “restaurantes” que montan, sus ocupaciones….
Pero a la hora acordada no viene nadie a recogernos y de nuevo, tenemos
que pedir en la recepción que se pongan en contacto con nuestro guía. Le
confirman que están viniendo y cuando llegan vemos un enorme autocar que lleva
a 32 personas dentro.¡Madre mía! ¡qué decepción!. Nos habían dicho en la
agencia que íbamos solos. Ni eso, ni esto otro. Y comparándolo con el año
pasado …En fin, tomamos asiento donde pudimos y comenzamos nuestra visita por
la ciudad, ya que fuimos los últimos en recoger.
Pudimos comprobar que era ya un grupo hecho que llevaba varios días juntos, por lo que nos sentimos algo apartados, aunque esto carecía de importancia para nosotros.
las calles atestadas de motos que parecen circular anarquicamente cargando de todo, 2 ,3 más personas, tablas, muebles, colchones,…todo tipo de bultos, de lo más pequeño, a lo impensable. En principio estaba prevista la visita al mercado de Binh Tay, que estaba cerrado por obras, por lo que al bajar del autobús, en grupo, paseamos por una de las calles de este curioso barrio llenas de extraños comercios donde vendían de todo. En esta parte de las calles del mercado se agrupan los vendedores de hierbas distintas. Nuestra guía nos fue contando lo que había en su interior.
Durante la guerra de Vietnam soldados y desertores de las Fuerzas armadas de los Estados Unidos establecieron un mercado negro en Cholon, en donde negociaban con varios objetos de fabricación estadounidense, especialmente de carácter militar. En este barrio, fue donde el fotoperiodista Eddie Adams tomó su foto ganadora del premio Pulitzer mostrando una ejecución..
Pero a mi no me gustaba moverme en un grupo tan numeroso. Era difícil. Demasiados. No estábamos acostumbrados a esto, aunque era así. Andando llegamos a la pagoda de Thien Hau, donde después de darnos unas breves explicaciones al grupo, nos dio tiempo para explorarlo por nuestra cuenta.
Una vez en el autocar nos dirigimos a la catedral de Notre Dame, templo católico que capta perfectamente la esencia francesa, de la que únicamente podemos disfrutar de su exterior por encontrarse en obras. Es uno de los edificios que mejor recuerdan el pasado colonial francés de Vietnam
Junto a la catedral en un lateral se encuentra la oficina de correos, edificio elegante que también cuenta con un marcado estilo colonial francés. Nos da unos minutos para que la exploremos. Su interior guarda aún cabinas telefónicas de época y una oficina de correos. Es muy luminoso ya que deja filtrar la luz del sol gracias a sus múltiples claraboyas. Fue diseñado por el propio Gustave Eiffel. Un el enorme retrato de Ho Chi Minh preside todo el edificio.
Transcurrido el tiempo, regresamos al punto de encuentro donde nos reunimos todos para caminando ir al restaurante donde comeríamos.
Paseamos por el barrio francés de la capital, dejando atrás el elegante edificio del ayuntamiento, la ópera y junto a ésta, el famoso hotel Caravelle del que partieron de regreso las tropas norteamericanas al final de la guerra.
En el restaurante, nuestra mesa para cuatro la ocupamos solo nosotros dos. Los demás la compartieron con la gente a la que ya conocían.
A nuestra derecha teníamos un profesor jubilado, ex aventurero que ahora viajaba con su tardía pareja en hoteles de 5 estrellas. Como curiosidad, cada mañana nos preguntaba “¿qué tal vuestro hotel?” y a nuestra respuesta de “bien, bien”, ellos añadían con numerosos gestos de sorpresa que el suyo era estupendísimo, con unos detalles maravillosos, excelente….si el nuestro de tres o cuatro era bueno, no llego a imaginar como sería el de ellos ….
Después de comer nos dirigimos al mercado de Ben Than, lugar
turístico de compras por excelencia y allí disfrutamos de “recreo”,
dándonos un tiempo para hacer nuestras compras, parte del cual invertí en
encontrar una óptica que me vendiera líquido para limpiar mis lentillas que
había dejado olvidado en España.
De forma rectangular, posee 4 puertas de entrada o accesos al interior del edificio, cada puerta posee un animal como símbolo de dicha entrada, por ejemplo en la puerta principal el animal es una vaca, y esto es utilizado por la guía como lugar para recogernos.
En el mercado se vende de todo y el regateo es casi imprescindible, aunque hay pasillos cuyas tiendas y personal que las atiende tienen un distintivo (no recuerdo cual) que informa que allí el precio no se regatea. Y en algunas de ellas hicimos algunas pequeñas compras de regalos para la familia.
Transcurrido el tiempo del “recreo” y pese a que pensamos en un principio quedarnos más y regresar al hotel andando, decidimos regresar en autobús dada la temprana hora.
En el hotel subimos a descubrir la piscina, en el último piso y desde donde se disfrutaba de unas excelentes vistas de la ciudad que ya empezaba a iluminarse con las luces del atardecer. La piscina, pequeña pero con el agua a una buena temperatura y de las definidas como “sin fin” de tal manera que parecía que el agua se desplomaba hacia abajo. Precioso.
Después de disfrutar de nuestro baño, decidimos regresar por la noche al mercado nocturno de Ben Than para hacer más compras y cenar ya que nuestra guia nos comentó que se ponía un mercadillo en las calles de alrededor así como distintos puestos de restaurantes donde se comía muy bien y en “mesas y sillas tamaño occidental” (las que usan los “restaurantes” callejeros son tamaño “niño”). Y es que ellos son muy chiquititos.
Esta vez tuvimos que afrontar en solitario el arriesgado deporte de cruzar las calles.
Llegados con éxito a nuestro destino, hicimos alguna que otra compra y elegimos uno de los varios restaurantes montados en la calle. Pero aún no le habíamos cogido la medida a las cantidades y nos excedimos. Eso sí, nos lo comimos todo, pero con la mitad y un poco más, nos habría valido.
De regreso nos detuvimos a curiosear en una gran explanada frente al ayuntamiento donde disfrutamos de varios espectáculos, uno que parecía ser una especie de concurso de danzas típicas y otro un concierto de rock, pero aquí lo que me llamó la atención es que pese a haber muchos jóvenes, se limitaban únicamente a escuchar y nadie bailaba o se movía, aunque la música invitaba a ello. Yo, como siempre, no pude resistirme y me moví…algo, discretamente y observé como me miraban. Cuando pregunté al día siguiente a nuestra guía me dijo que sencillamente sienten vergüenza de bailar.
Otra curiosidad es algunos puestos callejeros. Ya habíamos observado que abundan por la ciudad. Llegan con un carrito, despliegan mesas y sillas pequeñas y cocinan u ofrecen bebidas. Pero aquí vimos una variedad distinta para jóvenes y es que llevaban también unos cojines para que éstos se sentaran en el suelo a disfrutar de unas bebidas y alguna que otra chuche, lo que hacían formando grupos.
Regreso de nuevo al hotel, descanso y a prepararnos para nuestra excursión al día siguiente al delta del Mekong.
Y esta vez nos recogieron a la hora acordada. Dejamos esta caótica ciudad atrás, que parece vivir en un atasco permanente y a ciertas horas más, para internarnos por carreteras por arrozales hasta una parada técnica en un curioso lugar, bonito pero lleno a rebosar de turistas que al igual que nosotros, habían hecho su parada allí. Restaurante y también hotel, con jardines, laguitos…muy bonito.
Hasta que llegamos unas dos horas después a nuestro destino: un barco que nos llevaría por el inmenso cauce del Mekóng hacia arriba observando las granjas de pangas que proliferan, el trasiego de barcos de todo tipo hasta internarnos por uno de sus brazos, unos estrechos canales cuajados de vegetación por todos los lados. Era el escenario típico de las películas bélicas de Rambo.
Desembarcamos para visitar una granja de cocodrilos (pequeños) y fábrica artesanal de caramelos de coco. En el camino no resistí la tentación de ponerme de bufanda una pequeña pitón y fotografiarme con ella.
¿Mi opinión sobre la excursión? Si bien es interesante y curioso conocer este espectacular río, sobran cosas o al menos hay muchas cosas prescindibles. Pero bueno, hay que llenar el tiempo, supongo.
De regreso al autocar, muy inquieta porque nosotros deberíamos de ser trasladados al aeropuerto para tomar nuestro vuelo a Hanoi y veíamos que la hora era algo justa.
Pero llegamos sin mayores problemas acompañados de nuestra guia –la mejor, sin duda alguna, de todo el viaje-, facturamos y volamos. En el aeropuerto nos recogió Ly, el que sería nuestro guía en Sapa y Hanoi y tarde ya, pasadas las 23 horas nos dejó en el hotel para recogernos al día siguiente a las 6,30 de la mañana para partir al norte, a Sapa. Solo iríamos los tres. Brusco cambio. De más de 30 a sólo 2.
Aquí decir que la habitación del hotel Hong Ha era escasa. Un poco agobiados por estar rodeados de 4 maletas abiertas nos teníamos que turnar para pasar de un lado a otro de la habitación y también había cierta dificultad para entrar en el baño, peleándonos con la puerta. Pero, era solo una noche así que nos acostamos para poder afrontar el día siguiente.
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